martes, 15 de septiembre de 2009

Entrevista a Enrique Symns

El programa licuefactor versa sobre la fusión de todos en el Uno a través de un proceso de absorción proto-plasmática. (W. Burroughs)

CONFESIONES DE UN MANDRIL

Lo estuvimos buscando. En el bar “Británico”, en charlas con amigos, hasta que finalmente supimos que estaba en Buenos Aires: su obra teatral “Un guión para Tinelli” era montada en el Foro Gandhi. Encuentro arreglado: “La Academia”. Lo esperamos. Enrique Symns es algo así como el icono, hace décadas, de algo que puede, mal llamarse, contracultura argen-tina: monologuista de los Redondos, alma mater de “Cerdos y Peces”, autor de algunos li-bros (“Invitación al abismo”, “El señor de los Venenos”), pero – sobre todo – un mandril que al llegar a la entrevista nos propuso hablar más cómodamente en la parte posterior del bar de avenida Callao, entre mesas de billar y ruidos de tacos impactando sobre las bolas.

PASAJEROS DE UNA PESADILLA
En los escritos de Enrique Symns puede rastrearse una obsesión: el hombre está al servicio de los objetos y no éstos al servicio del hombre: No sé si será manía o una percepción ex-cesiva, que también devienen de algunas interpretaciones personales que he hecho de la obra de William Burrouhgs y que, de alguna manera, podrían acercarnos a la idea de que vivimos en un paisaje alienígena, ajeno a nuestra naturaleza, animal, mandrilesca. Somos mandriles. Es asombroso moverse en este mundo. Un indio que vive en una choza en For-mosa, en Ingeniero Ledesma, maneja todos los objeto que lo rodean, sabe todo lo que hay adentro de ellos. Acá estamos atravesados por rayos catódicos, por cables y no tenemos la menor idea de cómo se maneja el mundo en que vivimos. Lo aceptamos pero no sabemos cómo se maneja. Ante ese mundo pesadillesco, hasta hace décadas, había grupos que inten-taban subvertir ese orden instaurado. Eso ya no ocurre. Las correctas formas de la sociabili-dad han triunfado: Quedó un pánico establecido, una orden de miedo a la violencia. Sin violencia es muy difícil subvertir el orden. Y matar. Matar quedó en manos de ellos. Quedó en manos de la represión. Nosotros no matamos más. En alguna editorial de la revista “Cerdos y Peces”, el mandril Symns reivindicaba el derecho a matar: Como animal. Según a la especie que pertenezcamos. Somos todos animales. Somos todos mandriles. De todas maneras esa es una especie que no se caracteriza por matar. Los animales matan muy rara vez. Y rara vez ejercen agresividad interespecífica, o sea que maten a alguien de su propia especie. En cambio, la especie humana es el animal que más es capaz de matar interespe-cíficamente. Se mata a sí mismo por celos, por ambición, por diferencia de ideas, por color de pieles, por diversos motivos el hombre se mata a sí mismo. Quiere hacer desaparecer a las demás especies y quiere hacer desaparecer a la propia especie, sobre todo porque rompió la cadena alimenticia: no hay ningún animal que se lo coma, por lo tanto se ha vuelto psicótico y se come a sí mismo. Es el único animal que no tiene depredador, el ser humano. Somos una especie rara. Yo si tuviera que sostener una teoría sostendría la de que el origen del ser humano es extraterrestre, pero no un extraterrestre que vino en una nave espacial. Más bien habría que pensar que llegó un virus, de que en la cabeza de un alfiler llegó un código genético, pinchó las aguas podridas e inició un plan; porque el pez que salió del agua, imposibilitado de respirar fuera del agua, se convirtió en renacuajo, si-guió caminando, se subió a la columna vertebral de un mono y acá estamos, ¿no? Gene-rando un paisaje matrigeométrico inexplicable, porque no hay nada geométrico en la vida, excepto los diamantes. Ese es el paisaje pesadillesco del cual somos pasajeros: un parque de diversiones en el cual buscamos juegos que nos mantengan entretenidos y que, paradóji-camente, está vacío. ¿Cómo darle sentido a esa pesadilla? ¿Cómo generar sentido? Es muy difícil generar sentido. Porque generar sentido significa oponerse a la pesadilla. ¿Qué es la pesadilla? La pesadilla tiene un guión que es que para dejar de ser niño tenés que traba-jar o estudiar. Ahí empieza el laberinto. Y vos tenés que decir: no, no quiero trabajar ni es-tudiar. No quiero hacer ni una cosa ni la otra. De ese laberinto tenés que escaparte con los ojos abiertos. Después: tenés que enamorarte, casarte y tener hijos y reproducir tu his-toria. Eso es todo lo que hay; no hay más nada. Lo demás son boludeces: si sos artista, cantante, minero, banquero ... lo que tenés que hacer es reproducir el sistema capitalista que está basado en el amor. El amor ha inventado el capitalismo. Si no existiera el amor no existiría el capitalismo. La propiedad privada del amor. Entonces, el ingrediente fun-damental de la pesadilla es el amor. Si no existiera el amor no habría pesadilla. El amor es una psicosis, que una mujer y un hombre se amen es un acto de psicosis, socialmente acep-tado, pero es un acto de locura. El hombre busca en la mujer a la madre y la mujer busca en el hombre a dios, al misterio. Y ese encuentro nunca se produce. Y pasemos, entonces, a la locura.

LOCO TU FORMA DE SER
Otra de las obsesiones históricas de Enrique Symns es el tema de la locura. Y en esa pesadi-lla en la que somos pasajeros, la locura mayor es vivir de acuerdo a esa pesadilla: La locura principal es vivir de acuerdo a la pesadilla. Lo que pasa es que no parece una forma de lo-cura, parece la “normalidad”. El psicoanálisis dice que hay dos caminos de la enferme-dad: uno es la inhibición: no puedo, y otro es la compulsión: no puedo dejar de hacerlo. Uno no puede hacer y el otro no puede dejar de hacerlo. Esos son los dos caminos que si-gue la gente. El camino de la neurosis o el camino de la compulsión. Un fenómeno muy in-teresante de ver en la sociedad es el de la gente violenta, los transgresores, que son los únicos que quiebran las leyes de convivencia social: los violadores, los asesinos, los ladro-nes. No sé que porcentaje será pero es bastante alto. Personas que decidieron no respetar a la ley. Está la norma y la ley. Las normas son más jodidas que las leyes; las normas di-cen: no te podés acostar con tu tía, eso no está prohibido por la ley: es una norma y no lo podés quebrar tampoco. Respetar las normas significa construirse una identidad, esa iden-tidad que, según Macedonio Fernández, era el sitio de la muerte: La identidad se tiene o no se tiene. A un negro andá a preguntarle si tiene identidad o no: es un negro. Yo creo que el mayor grado de locura es la búsqueda de identidad y la consolidación de una identidad. ¿Cómo se define el mundo? Se define así: soy un heterosexual, monógamo, que sé yo. En la identidad sexual se ve claro: soy heterosexual. Es una estampilla que te colocás encima y que te inmoviliza. No podés experimentar más nada. Es un límite

LOS NIÑOS QUE ESCRIBEN EN EL CIELO
Este hombre que se define como un ser desesperado, un perdido, un extraviado, argumenta que el placer es una adaptación al dolor, un sufrimiento al que nos hemos acostumbrado: al nacer, la luz nos hiere, luego nos adaptamos. Otro elemento que provoca sufrimientos en el hombre es el tiempo. Tanto el pasado como el futuro provocan dolor en el hombre: Yo creo que existe el futuro y lo que no existe es el pasado remoto. Creo que caminamos desde la certeza de un destino, como en el poema de Borges sobre Laprida: el señor Laprida va a morir en la selva paraguaya. Me acuerdo que me asombró leer a Kant que dice, en la “Crítica de la razón pura”, que nos hemos olvidado que el tiempo y el espacio no existen, son invenciones de la mente para poder comprender la nada en donde vivimos. Si vos te acordás que el tiempo y el espacio no existen, que son arbitrarias medidas para medir lo inmedible, te mareás. El antes y el después en el que está basado el movimiento del ser humano generan sufrimiento, aunque si me dan a elegir me quedo con el futuro, porque el pasado te acosa a través del mecanismo siniestro de la memoria. La memoria es una tram-pa imposible de destapar, siempre la memoria va a jugar en tus limites, en tus posibilida-des negativas y en los recuerdos nefastos de tu vida. El mejor antídoto contra esa memoria nefasta es, claro, el olvido: mi tía Adela, que era muy infeliz, tuvo arteriasclorosis a los se-tenta años y fue la mujer más feliz del mundo: no reconocía a nadie. Claro, cómo no va a volver a ser feliz. Volvió a ser un niño. Los niños no reconocen a nadie. Artaud decía que el amor comenzó en el siglo VII o algo así, cuando inventaron el reloj; antes no existía el amor. Los calendarios siempre fueron creaciones sacerdotales. La mayor invención es la hora, una vez que tenés el día lo tenés esposado al esclavo. Lo tenés atrapado: a las ocho de la mañana levantarse, nos encontramos a las dos y cuarto, ya tenés un servomecanismo del tiempo, ya no es una persona. Pero conservar al niño tampoco es garantía de felicidad. Conservarlo, en medio de la pesadilla, también genera sufrimiento: yo en mi lo tengo vivo y lamentablemente, también. Porque eso es sufrimiento. Un niño no crece nunca, es como un extraterrestre que no aprende a vivir, siempre está espiando lo que hacen los demás, escu-cha cómo cogen los demás y se dice: ¿habrá que hacer eso? Es llegar a un planeta duro, trágico y siniestro y hay que adaptarse y ser como ellos. Yo pensé que era un extraterres-tre, muchos años: casi me internaron por eso. Yo simulaba, simulaba la vida. Somos monos que imitamos. Lo más duro fue comprender a mis padres, que son los que te traen a este mundo. Hay una cuestión hostil y siniestra, como dice Freud, y en el origen de lo siniestro está siempre lo familiar, lo conocido. Así que no hay fórmulas para cuidar al niño. Lo que veo es por ahí gente clonada, muerta, sepultada, enterrada. O no. Como decía Samuel Beckett: yo nací muerto. Hay algunos que ni nacieron. En ese periplo que va desde un ex-traño nacimiento hasta la muerte, sufrimos, y la principal causa de sufrimiento es lo máxi-mo desconocido: la muerte: Yo me acuerdo que descubrí la muerte de grande, cuando tenía casi cuarenta años. Me acuerdo que Tom Lupo ya la conocía. Yo decía: no, lo único jodido debe ser el dolor y listo. Hasta que un día descubrí la muerte, mía y de los demás y ahora mismo vivo acosado por ella, porque vivir así es como estar despidiéndose siempre, como no existir. Mi mamá murió y ya no existe, no es que dejó de existir: no existió nunca. Como un sueño. La vida es realmente un fenómeno muy fantástico. Desde nacer de la nada, aco-sados por ese cosmos insoportablemente abismal y no saber de dónde venimos ni a dónde vamos ni para qué carajos estoy. Y en el medio de todo eso te morís. Eso nos diferencia de los mandriles a nosotros, animales capaces de construir mundos. El sufrimiento es la me-moria del dolor: Vos te acordás de lo que no te pasó ayer, o de lo que te pasó o te acordás de lo que te va a pasar mañana. Vivís acosado por lo que hiciste y por lo que no hiciste. Por lo que harás o por lo que no harás. Un animal no conoce el sufrimiento.

TÓTEM Y TABU
Uno de los medios de control social es el lenguaje. La literatura es, o debería ser, un intento por atacar ese lenguaje dado, ese lenguaje madre. En ese sentido, a Symns, los surrealistas le resultan el devenir de una buena idea, el budismo zen, que luego se transformó en una oferta estética, en especial André Bretón, un intelectual soberbio y sobre todo, normal. Le interesa, claro, Antonin Artaud. El budismo zen trata de desarticular el lenguaje; las con-versaciones budistas son apasionantes porque no tienen ningún sentido, nadie habla para decir algo. Un modo de atacar el lenguaje, pero, ¿cómo subvertir el lenguaje, actualmente? Es muy difícil. La globalización llegó, sobre todo, al lenguaje. No sé cómo se puede sub-vertir. No sé si hay un camino preciso o si cada uno tiene que continuar su investigación personal, bajo la idea de que las palabras están todas sometidas unas a otras y que todas son como cuevas donde habitan otras palabras. Mencionamos palabras que ni siquiera sa-bemos qué significan, por ejemplo, la palabra “alumno”, quiere decir sin luz. Entonces el tipo es un ciego. Los que van al colegio son ciegos. Esa es una de las terribles consecuen-cias de la manipulación del lenguaje. El lenguaje es moral, siempre es moral. El lenguaje es utilizado para dar órdenes. Un código para dar órdenes de vida. La vida comunitaria es una pesadilla colectiva. La teoría del complot es muy compleja de desarrollar. Creo que el mecanismo de adaptación forzosa nos somete a todos los seres humanos a una ley inexora-ble de la que no se puede retroceder. Y que hay un plan genético misterioso: va impulsando una orden a través de los siglos, va apoderándose de las castas sacerdotales que manipu-lan el poder en cada siglo o en cada época para que el éxtasis existencial sea combatido o reprimido. Y el éxtasis se provoca, por lo menos de lo conocido hasta ahora, a través del sexo y de las drogas. Y ambas cosas han sido prohibidas. El sexo no existe más: no vamos a llamar sexo a la relación de pareja entre un matrimonio o dos amantes; lo que se ha prohibido es el sexo orgiástico y colectivo. El lenguaje es moral y la moral – como dijo Freud – es la más perversa de las perversiones, la más repugnante: Nuestra moral es pasto-ril, viene del sistema pastoril heredado de Europa, en donde el cura, el pastor, instalaba la moral sexual en los pobladores. Y hay una adaptación agradable que sufre la gente. Antes de que llegara el SIDA, se cogía mucho en Buenos Aires, pero cuando aparecieron las primeras muertes, Dios volvió a existir y hubo un retroceso inexorable en toda la ciudad. Y desapareció la contracultura porque desapareció el erotismo. La contracultura siempre es-tuvo basada en una forma especial de relacionarse, no solamente de pensar. El lenguaje crea un código de órdenes y una moral. El lenguaje crea la ley y el pecado: Es más pecado no haber pecado que haber pecado. Lo que no hiciste es un pecado imperdonable. Por ejemplo: no te acostaste con la mujer de tu amigo, deseándola. Ese es un pecado imperdo-nable. Iba a decir la traición, pero no creo en la traición. Creo que la traición es evolutiva, te puede servir. Evitar hacer por una ley primitiva pero no por eso menos castradora: El to-temismo exogámico está basado en que vos eras perro, yo gato, él, cuervo, que sé yo. Era exogámico en el sentido que no podían coger. Ahora es lo mismo, estás en una casa y no podés coger ni con tu mamá ni con tu papá, ni con tu hermana ni con tu hermano, ni con tu tía ni con tu tío. Un primo, puede ser... y después sigue: el vecino no conviene, las mujeres de los amigos, no. Es tan amplio. La interdicción es una forma del tabú muy siniestra. El incesto no está prohibido por ninguna ley: vos podés coger con tu mamá o tu papá y nadie te puede decir nada, pero es tan poderoso el tabú que no fue necesario ejecutarlo bajo la forma de ley. Está interiorizado.

LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y UN EXTRATERRESTRE
Entre cigarrillos y golpes de tacos de billar, Enrique Symns confiesa que admira a Richard Ford y que está escribiendo influido por Paul Auster. Otros admirados escritores: Raymond
Carver, Salinger, Ian McEwan. Todos gringos: Acá no pasa nada. Leo amigos míos. El na-rrador latinoamericano, a diferencia del sajón, está muy apegado al pasado. Acá se escri-be sobre el peronismo, todavía, por ejemplo. Y no hay narrativa de la ciudad, como hacen los gringos. ¿Dónde está la ciudad? ¿Dónde está lo que nos pasa a nosotros en la ciudad, en la vida cotidiana, a las putas de Constitución? No está la ciudad. Acá se considera más importante encontrar una voz desde donde hablar, en vez de narrar. Yo llamo narrar a lo que decía Hammet: en la primera página tiene que haber un cadáver. A mi me aburre mu-cho, la literatura latinoamericana en general. Mi trilogía es Henry Miller, Hemingway, Bukowski. Asombra que, este mandril que confiesa estar escribiendo un libro que se llama – en inglés, claro – “Big bad City” no nombre a Burroughs entre sus escritores predilectos: Burroughs no es un escritor, Burroughs es otra cosa, es un extraterrestre, no se sabe qué es Burroughs; él escribía para otra cosa. Se escribe para otra cosa y para tal fin los medios son diversos. Quien ha leído la “Cerdos y Peces” ha encontrado notas de Elsa Cicuta, del li-cenciado José Luis Galeano (foto incluida), de ¡Lewis Carroll! y un suculento etcétera. Sé-panlo: el que escribía era el mandril Enrique Symns: Usé muchos seudónimos. Sin darte cuenta empezás a escribir como el personaje que inventaste. En la revista tenía que escri-bir con otros nombres y después me di cuenta que empezaron a funcionar voces propias, como Los Chacales, o la mina que escribía que se llamaba Elsa Cicuta: logré escribir co-mo una mujer, cosa que me parece apasionante. Me divertía mucho. Otra cosa que hacía, en Chile especialmente, era escribir frases al comienzo de las notas, de Shakespeare, de Trotsky, pero eran mías, todas y nadie nunca se dio cuenta. Hay de Nietzstche. Ya está, an-dá a buscarla, a dónde la vas a encontrar. Me gustan las dos cosas: algo mío poner que es de otro y algo de otro ponérmelo a mí, también. También lo he hecho. Hay una editorial entera que no es mía, es de Vicente Huidobro, uno de los poemas más bellos de Huidobro, lo transformé en una editorial que se llamaba “El rincón de los amantes”, algo así. Le hice algunos cambios pero es el poema de Huidobro.
La entrevista ha concluido: el mandril que responde al nombre de Enrique Symns fuma su enésimo cigarrillo y, tras aplastarlo sobre el cenicero, se dirige hacia la salida. Es de noche y los tacazos sobre las bolas de billar resuenan en nuestros oídos, parte de esta pesadilla que algunos, obcecadamente, por suerte, intentan destruir.

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